Habralo más guapo que les ganes?
Leyendo cosas por el Facebook, me encuentro con que mañana se celebra en Gijón la carrera de los 10km del Grupo, y entonces, me doy cuenta de que hace ahora cuatro añitos desde que me estrené en esto del dorsal.
No sé si las fechas coincidirán exactamente, pero mi primera carrera fue por esta época del año, y fue esa: 10 kilómetros de asfalto puro y duro, el cual he intentado evitar en todo lo posible desde aquel entonces.
¡Qué cosas, oigan! Alardeando de inusitada sensatez, se me ocurrió que antes de tirar p'al monte, igual era mejor probar aquí, cerca de casa, a ver si era capaz de correr los 10 km seguidos, ya que no lo había hecho en la vida.
Hacía apenas tres o cuatro meses que me había calzado unas zapatillas con el sano propósito de correr - hallazgo sin duda novedoso en treinta y tantos años de trayectoria vital, como ya os he contado en alguna ocasión - y los diez mil metros así, completos, del tirón, sin anestesia y sin buscar excusa para frenar y boquear unos segundos, como que aún no los había hecho. Pero... ¡qué ganas tenía! ¡qué motivación! ¡qué coraje ante el reto, cual Hércules frente a cualquiera de sus célebres "curros"!
Cincuenta y nueve minutos me llevó la tontería, ahí es nada, pero los hice. Ni el flato, ni la lluvia, ni el aburrimiento que me supone correr por ciudad, hicieron mella en la determinación de no pararme, así sintiera a la "flaca de negro" soplándome en la oreja. ¡Qué ganas tenía y qué alegría tan indescriptible al cruzar la meta!
Con más confianza y más colorada que nunca, paré a respirar, me bebí un Aquarius de limón - que no me gusta, pero me supo a gloria - y muy agradecida por los servicios prestados, le dije hasta luego al asfalto y me fui a la montaña sin mirar atrás.
A partir de entonces hubo de todo: días más frescos y otros más torpes; "xatadas" inconscientes que salían bien, y como resultado, temeridad sobrada para intentar otras nuevas. Kilómetros y kilómetros sin sentido y dorsales apilándose sobre la mesa de la sala...
Vaya por delante que nunca corrí "un pijo", mi objetivo no era otro que el de terminar carreras, y con mayor o menor fortuna, eso es lo que siempre he ido consiguiendo. Daba igual el ritmo, los tiempos, las clasificaciones... yo lo que tenía eran ganas, y esas siempre tiraban de mí contra viento, marea y pese a algún que otro encontronazo con el suelo.
Disfruté de un par de años y muchas carreras, antes de que la imprudencia me pasase factura... Con un armazón de apenas cincuenta kilos, forjado en bar y mesa de estudio, sin musculatura alguna ni trayectoria deportiva como respaldo, un reto bastante desproporcionado se me fue de las manos.
Eran setenta y pico kilómetros que empezaron lo suficientemente bien como para que me pusiera en cabeza - en lo que a féminas se refiere - y la posibilidad de poder ganar por primera vez, lejos de casa, y nada más y nada menos que mi primer ultra a lo largo de tierras escocesas, hizo que la cabezonería llevase una lesión ya confirmada un par de meses antes, a alargarse en el tiempo. Fueron nueve meses sin correr por cintilla iliotibial y seria tendinitis en la rodilla, que rematé con “ubiñazo” camino del Meicín – que casi me cuesta el coxis aparte de una semana parada – y posterior esguince de tobillo subiendo en raquetas la Farrapona - cuando apenas hacía dos semanas que había vuelto a correr.
Las “patas” no me dejaban, ¡qué le vamos a hacer!, pero las ganas seguían intactas. Me desesperaba por momentos, pero todo era por las tremendas ganas que tenía de volver a la carga.
Fue lento, el pie me dio guerra por la Sierra del Courel en el ultra de Castelo, pero casi un año después de la avería, volvía a estar peleándome contra mi irremediable lentitud y mis odiadas bajadas, con las ganas del primer día.
No mucho después la maquinaria volvió a resentirse. Nada serio, una vez encontrada la causa y puesta en marcha la solución, pero a diferencia de las ocasiones anteriores, ahora no encontraba las ganas, y mucho menos la confianza.
Sin saber muy bien por qué, con muchas más tablas de las que tenía en un principio, los minutos antes de las salidas se habían convertido en un calvario: ¿Qué coño estás haciendo tú aquí? ¿Qué pintas tú entre toda esta gente que corre tanto? ¿Adónde vas, “pinina”, aparte de a hacer el ridículo?... y un sinfín de perlas más que mi propio “tarro” me susurraba así, sin diplomacia alguna, ni pedagogía, ni eufemismo que suavizase los bofetones que yo sola me estaba dando…
Resumiendo, que con voz rotunda y al más puro e intenso estilo O’Hara, mirada en el horizonte y música épica de fondo, a Dios puse por testigo de que nunca volvería a ponerme un dorsal.
Está claro que la cabeza es un factor determinante – y cuando te dedicas a esto, más te vale tenerla de hormigón armao – pero que el cuerpo responda, es indispensable. Por eso, cuando el mecanismo decidió empezar a dar tregua y poner un poco de su parte, la cabeza también dio el brazo a torcer y puso algo de la suya.
Y aquí estamos en una situación similar a la de aquel domingo de hace cuatro años, en el que amenazaba agua en las Mestas. Mañana toca enfrentarse a la Subida al Pienzu, y no tengo ni idea de si puedo, pero lo que tengo claro-meridiano, ye que vuelvo a tener ganas.
Por el momento no queda ni rastro del jabalí que en sus buenos tiempos conseguía subir con cierta soltura y considerable ritmo, mientras que perdura invariable la incapacidad para bajar con un mínimo de dignidad – que tengo visto tacones de aguja moverse por calzadas romanas, con más salero y rotundidad que yo Pienzu abajo -.
Y que conste que me estoy esforzando en condiciones con eso de la velocidad, haciendo series y todo, con lo antisistema que yo he sido en esto del running…pero con eso y con todo, no sé yo si con las tres horas y media que nos dan para hacer el recorrido, me dará tiempo a llegar a Les Arriondes antes de que todos terminen con el “vermú”.
Y aun así, sigo teniendo ganas. Que llego a la hora del postre y fuera del corte, pues gracia no me va a hacer - que tampoco nos vamos a poner en plan Mr. Wonderful a hacer sonriente apología de lo mucho que se aprende de los fracasos - pero vamos, que tampoco creo que las ganas se me vayan a quitar.
Siempre he pensado que esa empalagosa teoría de que el esfuerzo, el trabajo duro y la disciplina te llevan a conseguir tus objetivos, por desgracia, suele hacer aguas a menudo. Esfuerzo y constancia hacen falta, de eso no cabe duda, pero lo importante y lo que tira de uno, son las ganas…El seguir queriendo…eso es lo que amortigua los baches del camino.
No hacen falta frases simplonas de portada de cuaderno o taza de desayuno cuando se tienen ganas…vale más recurrir a los clásicos extremeños y:
“Vivir a la deriva,
sentir que todo marcha bien.
Volar siempre hacia arriba
y pensar que no puedo perder”
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